“Sentir como una chica” frente a “fingir como una actriz”

Recientemente, se ha recuperado una entrevista de 2013 en la que Bertolucci afirma, a propósito de la famosa escena de la sodomía de María Schneider a manos de Marlon Brando, que “No quería que fingiese la humillación, quería que la sintiese”. No contento con lo anterior, el director de El último Tango en París añade que “Quería la reacción de una chica, no la de una actriz”.  Así justifica que él y Brando se pusiesen de acuerdo para engañarla y rodar la famosísima escena en lo que va camino de convertirse en la violación más célebre de todos los tiempos.

Antes de entrar en materia técnica, creemos que es bueno partir de un precepto ético elemental. De ninguna manera, “el arte” ni ninguna de sus manifestaciones ofrece amparo ni justificación alguna para someter a una joven actriz –Schneider tenía 19 años en el momento de la violación y Brando 48– a una vejación semejante. Por increíble que pueda ser el resultado “prometido” por este tipo de prácticas, desde Bululú nos posicionamos claramente del lado del NO. Bajo ningún concepto. Si tú única forma de obtener la reacción deseada por parte de una actriz, es someterla a una experiencia así de traumática sin su consentimiento, tenemos dos malas noticias que darte: la primera, eres un mal director de actores y la segunda, eres un cabrón sin escrúpulos.

Pero es que hay, oculta en las palabras de Bertolucci, una falacia técnica, muy extendida entre los medios de comunicación y muy fomentada cuando conviene. Nos ofrece Bertolucci la disyuntiva entre “sentir” y “fingir” como si éstas fuesen las alternativas a las que se enfrenta un actor o actriz en su vida diaria. “Sentir” es bueno, nos viene a decir Bertolucci y “fingir” malo.

“Sentir” es lo que hacemos los seres humanos en la vida real: cuando nos pinchan, nos quejamos y nos duele “de verdad”. “Fingir” es usar todo un abanico de técnicas a disposición del actor o actriz y hacer creer al espectador que nos duele, con independencia de si el pinchazo es real o no, de si sucede por primera vez o de si está escrito de antemano.

Lo que sucede es que, cuando uno rueda una película no siente lo mismo que los personajes porque, para empezar, uno no es el personaje. No sé cómo resultaría de conveniente reclutar a un caníbal “de verdad” para interpretar al Dr. Hannibal Lecter pero estamos seguros de que el resultado interpretativo sería peor que el que consiguió Sir Anthony Hopkins.

¿Por qué? Porque el caníbal real se habría enfrentado a un montón de limitaciones que condicionan el trabajo del actor: repeticiones, interrupciones, falseos y, lo más importante de todo, al hecho de saber exactamente cómo va a terminar cada escena. Es probable que el caníbal se hubiese cansado de ver a Jodie Foster una y otra vez sin poder comérsela “de verdad”. O que no entendiese por qué la película se rodaba fuera de orden cronológico. Todas esas limitaciones sólo se superan con la formación de actores y directores y con un trabajo previo que supone algo más que buscar “gente real” para “sentir” “cosas reales”.

Ser actor es un trabajo. Ser director es un trabajo. Ambos trabajos parten de la simulación para hacer creer al espectador que lo que sucede en la pantalla o el escenario es real. Y la magia del cine y el teatro reside justamente en que lo consiguen. Lo otro, lo pueden obtener fácilmente viendo una Snuff Movie donde alguien es asesinado en tiempo real. Desde Bululú, seguiremos prefiriendo el cine “de mentira” donde gente como Orson Welles se vieron obligados a “fingir” su propia muerte en Ciudadano Kane en lugar de “sentirla”. Seguro que a Bertolucci le pareció mal.