Ayer nos dejó Antonio, Malonda, el Maestro, nuestro padre, nuestro socio, nuestro gurú; fundador junto a Yolanda de nuestra escuela, nuestra sala de teatro, de nuestra casa. Podríamos decir que ayer fue el día más triste de nuestra historia, pero es que el 28 de marzo de 2020 ya fue un día muy triste y tampoco vamos a ponernos a comparar tristezas.
Lo que está claro es que ayer nos quedamos todos huérfanos: Nos quedamos sin la energía, la lucidez intelectual y el carácter juguetón de Antonio. Nos quedamos sin su risa traviesa, sin sus gorros, sin sus preguntas. Antonio era ese señor bajito al que miles de personas han llamado “maestro” a lo largo de su vida y que, sin embargo, seguía dando clase con la misma actitud del viejo maestro de escuela rural, cosa que que le convertía en un gigante. Antonio era ese profesor capaz de desesperar a sus estudiantes con sus preguntas –¿Para qué hace esto tu personaje? ¡No me lo expliques, hazlo!– y, al mismo tiempo, capaz de dedicar horas a escucharles, a entenderles, a ayudarles a resolver sus problemas o sus dudas. Y lo mejor era que, al final, descubrías que no era él quien te había llevado a la respuesta. Si no que la respuesta la habías construido con él.
Antonio fue, junto a Yolanda quien lanzó al mar este cascarón de nuez que es Bululú 2120 en una aventura que lleva en pie más de 25 años y esperamos sinceramente que dure otros 25. Antonio es, más que nadie, responsable de que estemos aquí hoy, todos, volcados en la pedagogía teatral.
Por eso es justo decir que Antonio nos deja también una herencia acojonante. Porque fue quien nos trasladó a todos los que formamos parte del equipo de Bululú un cariño y un respeto infinito por quienes se acercan a estudiar interpretación en nuestra escuela. Antonio fue quien se aseguró durante décadas de que nos acercásemos a cada estudiante con las orejas bien abiertas, más pendientes de escuchar que de adoctrinar. Antonio fue, en última instancia, quien peleó durante años, en un país en el que los medios de comunicación llevan años machacando con la doctrina contraria, por una formación en interpretación donde se reivindica el juego, el placer, la diversión, todo dentro de un método riguroso y práctico. “Los que quieran sufrir, que se vayan a otro lado”.
Muchos de los que damos clase en Bululú aprendimos a impartir clases de lo que vimos con él, de sus “ejercicios-juego” (¡Maldito biombo! ¿Otra vez las figuras? ¡y dale con el metrónomo!) y también de su capacidad para asumir y reconocer errores propios.
La herencia que Antonio nos deja es infinita. El dolor que sentimos ahora mismo también. Dicen que perder a un padre es algo que nunca se olvida y de lo que cuesta varios años recuperarse. Nosotros hemos perdido en menos de 18 meses a nuestro padre y a nuestra madre, así que, nos vais a perdonar la sinceridad, pero vaya dos años de mierda que llevamos la familia Bululú.